Las crisis pueden ser una buena oportunidad para cambiar. Este fue mi caso.
La actual crisis que todavía estamos padeciendo hizo que mi trabajo de profesor de formación vial, al que me dedicaba hace ahora más de cinco años, empezara a menguar mientras se llevaba por delante a muchos profesionales y empresas del sector. Como psicólogo aproveché la oportunidad para hacer un máster de mi casi olvidada carrera y posteriormente comenzar la preparación en una nueva terapia que atrajo mi interés desde el principio: la terapia EMDR.
EMDR son las siglas en inglés de “Eye Movement Desensitization and Reprocessing”, cuyo significado en español es Desensibilización y Reprocesamiento por medio del Movimiento Ocular. Cuando comencé mi preparación de Nivel I descubrí la investigación científica sobre el EMDR y cómo tratando los recuerdos traumáticos de la persona, pueden resolverse muchos trastornos y síntomas que presenta. Aprendí cuáles eran los antecedentes históricos de esta terapia, desde que en el año 1987 la doctora Francine Shapiro descubrió los efectos que tiene hacer movimientos oculares de una forma parecida a los que se producen durante la fase REM del sueño. Conocí pormenorizadamente las ocho fases del tratamiento EMDR y la teoría del Procesamiento Adaptativo de la Información (PAI), que explica cómo la información archivada disfuncionalmente en nuestro cerebro y relacionada con experiencias traumáticas o estresantes, puede procesarse hasta archivarse de manera funcional. Me pareció una información muy estimulante y atractiva. Pero lo mejor estaba por venir.
Fue en la parte del “practicum” o práctica clínica, donde nos dividimos en grupos de tres personas: “paciente”, “terapeuta” y “observador”. Un facilitador, ya entrenado en la práctica de EMDR, nos supervisaba para guiarnos y corregirnos si era necesario.
Llegó el momento de hacer de “paciente”. El primer paso de la terapia consiste en que el terapeuta guíe al paciente a seleccionar una “diana”, algún aspecto del pasado que la persona quiera resolver, porque sabe que es un recuerdo que a día de hoy le causa todavía cierto malestar. Elegí un recuerdo que no fuera especialmente doloroso (no es recomendable para una práctica) pero que sí me causaba cierta inquietud. Era un recuerdo en el que tenía aproximadamente 10-11 años e iba de excursión con unos amigos en bicicleta. Nadie sabía, y mi vergüenza impidió que lo comentara, que no había aprendido a montar en bici.
A continuación se pregunta por la creencia negativa que sobre nosotros mismos tenemos asociada a ese recuerdo. También por la creencia positiva que nos gustaría tener en el presente sobre nosotros mismos en relación con ese recuerdo y cuanto nos la creemos ahora. No recuerdo exactamente lo que contesté en esos momentos, pero las creencias negativas suelen tener que ver sobre aspectos relacionados con auto conceptos no adaptativos, responsabilidad no apropiada, peligro o seguridad y falta de control o eficacia. Lo siguiente es hacer mención a las emociones o sentimientos que sentimos en el momento de rememorar el hecho perturbador y la parte del cuerpo dónde lo sentimos, donde resuenan aún los “ecos del pasado”.
A partir de ese momento prestamos atención, guiados por el terapeuta, a la peor imagen del recuerdo, a las palabras negativas sobre nosotros mismos en relación a aquel hecho y “observamos” dónde estamos sintiendo en el cuerpo esa sensación que nos causa el malestar. Al mismo tiempo, comenzamos a mover los ojos de lado a lado guiados por los dedos de la mano del “terapeuta”.
Lo que pasó a continuación fue una sorpresa para mí. Mi mente comenzó a navegar rápidamente a través de distintos recuerdos y sensaciones antiguas, la garganta entrelazó un nudo asfixiante, mis ojos comenzaron a soltar lágrimas de una forma descontrolada; la estimulación bilateral (que así llamamos al movimientos de los ojos de lado a lado) proseguía, y yo no podía dejar de sentir de una forma cada vez más intensa unas emociones que comenzaron desbocadas y de pronto, sin saber tampoco cómo, comencé a entender el todo y no solo la parte que proponía el recuerdo y a sentirme mejor. Comencé a ver con ojos distintos aquel recuerdo y a entender por qué me producía aquella desazón. Y con este entendimiento mi cuerpo sintió un alivio físico que me hizo comprender que ese recuerdo estaba ya superado. En unos pocos minutos mi mente fue capaz de asociar recuerdos, pensamientos e ideas que lograron desvanecer la congoja que comencé a notar en la garganta, hasta sentirme totalmente aliviado y agradecido por haber tenido esta experiencia. El agradecimiento era tal que abracé a mi “terapeuta” por este milagro, mientras ella me miraba entre sorprendida y asustada por la vivencia.
Viví, en “propia carne”, lo que ya sabía teóricamente: cómo una red neuronal de memoria disfuncional, aislada y congelada a nivel neuroquímico, disociada de las herramientas que podrían ayudar a procesar y resolver adaptativamente aquel mal recuerdo, fue uniéndose de forma espontánea a otras redes cerebrales que permiten el surgimiento de nuevas informaciones e insights, que logran transformar el recuerdo en una nueva percepción resolutiva y reveladora.
A partir de ese momento fui un convencido de esta nueva forma de hacer psicología y ya he visto cómo delante de mí se han producido “milagros” parecidos a este que yo tuve la suerte de experimentar. A día de hoy ejerzo la psicología como terapeuta EMDR, adecuando también mi preparación cognitivo-conductual en esta tarea tan alentadora que consiste en ayudar a otras personas en lograr superar distintos síntomas y patologías, logrando que su mundo sea algo mejor de lo que era.
Ah, y de aquel incidente traumático que me perturbaba, después de unos cuantos años, queda solo eso, un recuerdo sin más, ahora unido a una comprensión madura y esclarecedora plena de aprendizaje, vista desde los ojos del adulto que hoy en día soy.
Antonio J. Ariza Alcaide (Psicólogo-Terapeuta EMDR-Técnico en Coherencia Cardíaca)
Más información sobre EMDR en: www.psicologoantoniojariza.jimdo.com